viernes, 6 de abril de 2012

A veces creo que la vida es demasiado corta, y que necesitamos otra para entender lo que realmente importa.


Aquellos ojos podían ver en aquella mañana de primavera como mi vida seguía su curso, sin treguas. Sin darse cuenta de la intensidad que tenía cada latido en el silencio. Y continuaba, no esperaba, nunca esperaba. Los meses pasaban desde ese principio de año en el cual nos conocimos. Con ellos los días, semanas, meses. Y estaciones. Los sentimientos cada vez eran más fuertes. De esas veces que no sabes aminorar o directamente no puedes, y como consecuencia te pierdes en el camino. Yo ya me había perdido. Y es que hacía mucho tiempo que alguien así no llamaba a mi puerta.

Con el paso del tiempo, se iba convirtiendo en algo más. Se iba clavando en mí. La sensación me comenzaba a gustar... Y salté. Salté al vacío. Sabía lo que habia arriba, conmigo. Pero no me merecía el infierno que me esperaba abajo. Me estaba arriesgando sin tener nada seguro y ahora la incertidumbre me acompañaba. La sensación estaba perdiendo su encanto. Sin querer y cada vez más, lo perdía poco a poco. Y sus ojos lo sabían. Ellos no auguraban nada bueno. Así que esta impresión nunca fue equivocada, ya sentía como el daño me lo estaba proporcionando yo misma. Esas miradas perdidas obtenían la respuesta. Esos reencuentros, los menos pensados, eran los que más dolían. Ahora se clavaban más. Más adentro. Lo que antes daba una máxima felicidad, hoy ya no. Hoy lograba asfixiarme. Era la soga que me sujetaba y me ahogaba al mismo tiempo.

Ya no preguntaba, no quería saber. Hacía tiempo que me había hundido y cuando se acercaban los mediados de cada mes, el estado anímico se volvía pésimo. Aquello  que tanto deseo, es volver a esa primavera, donde todo parecía ser perfecto y esos ojos me decían que ese era mi lugar.


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